domingo, 16 de abril de 2017

COMPENDIO PSICOLOGÍA AMBIENTAL

PSICOLOGÍA AMBIENTAL

ÍNDICE
UNIDAD I : ASPECTOS GENERALES DE LA PSICOLOGIA AMBIENTAL
1.                  INTRODUCCIÓN
2.                  EL OBJETO DE ESTUDIO DE LA PSICOLOGÍA AMBIENTAL
3.                  ENTORNO Y PSICOLOGÍA
3.1   Perspectiva individualista o del rasgo
3.2   Perspectiva interaccionista
3.3   Perspectiva organísmica o sistémica
3.4   Perspectiva transaccionalista
4.                  DEFINICION DE PSICOLOGIA AMBIENTAL
5.                  CARACTERÍSTICAS DEFINEN A LA PSICOLOGÍA AMBIENTAL
5.1. RELACIONES RECÍPROCAS CONDUCTA-ENTORNO
5.2. ENTORNO SOCIOFÍSICO
5.3. ENTORNO NATURAL Y CONSTRUIDO
5.4. PERSPECTIVA HOLÍSTICA
5.5. ORIENTACIÓN APLICADA
5.6. INTERDISCIPLINARIEDAD
5.7. METODOLOGÍA ECLÉCTICA

II UNIDAD FACTORES SOCIALES Y AMBIENTALES
1.       APORTACIONES DESDE EL URBANISMO
2.       ESPACIO PERSONA Y GRUPO
3.       EL ESPACIO Y EL GRUPO











UNIDAD I: ASPECTOS GENERALES DE LA PSICOLOGIA AMBIENTAL
1.       INTRODUCCIÓN
Para los psicólogos ambientales existe un axioma indiscutible, y es el hecho de que toda conducta tiene lugar siempre y necesariamente en un contexto ambiental. Esta afirmación, no especialmente reveladora, es una forma de llamar la atención sobre el papel que puede desarrollar el ambiente (especialmente el físico, como veremos) en la experiencia y el comportamiento humano. Un papel que la psicología durante muchos años ha mantenido postergado.
Posiblemente el lector instruido en la historia de la psicología estará pensando que la afirmación anterior no es correcta, ya que no hay más que pensar en la clásica polémica herencia-ambiente, o en el ambientalismo radical de Watson o Skinner, para darse cuenta de que siempre ha habido alguien velando por los intereses del ambiente en su relación con la experiencia y conducta humanas. Pero como veremos con más detenimiento a lo largo de este curso, el "ambiente" de la psicología ambiental no es ese ambiente. Como numerosos psicólogos ambientales han hecho notar, cuando se ha utilizado el término ambiente en psicología, ha sido para referirse a los aspectos psicológicos, sociales, interpersonales, culturales u organizacionales que caracterizan los ámbitos humanos. Por el contrario, "para los psicólogos ambientales, la lente de análisis está focalizada en los sistemas físicos que por definición también caracterizan a estos ambientes" (Proshansky y O’Hanlon, 1977, p. 103; citado en Bonnes y Secchiaroli, 1995)
Son pues los ambientes físico-espaciales los que constituyen el objeto de la psicología Ambiental. Pero tampoco coinciden estos ambientes físicos con los estímulos físicos empleados por los psicólogos de la percepción: objetos, figuras geométricas, etc. Los psicólogos ambientales se interesan por el estudio holístico del ambiente físico, tal y como lo experimentan las personas en su vida diaria.
2.       EL OBJETO DE ESTUDIO DE LA PSICOLOGÍA AMBIENTAL
La epistemología analiza, evalúa y da la partida de nacimiento a esta nueva disciplina psicológica. Los primeros psicólogos ambientales tienen muy claros sus objetivos: analizar la interrelación entre las personas y los ambientes físicos reales que éstas ocupan. Pero pronto vinieron las matizaciones. En un principio de atención se centraba en los ambientes físicos, no tardaron en advertir que a menudo es difícil y artificioso aislar éstos de sus dimensiones sociales, por lo que el objeto de análisis pasó a ser el ambiente o entorno socio físico. Asimismo, si inicialmente fueron los ambientes construidos los que captaron el interés, la degradación del medio ambiente y el "boom" acontecido en todos los sectores de nuestra sociedad (individuos particulares, empresas, partidos políticos, asociaciones ecologistas) en cuanto a la preocupación por la conservación de los recursos y del medio en general, llevaron rápidamente a interesarse también por los ambientes naturales.
Esta nueva disciplina de la conducta -la Psicología Ambiental- tiene ahora entre su objeto de estudios más ítem respecto al lis de su primigenia creación. Pero ya sean los ambientes naturales o construidos, lo cierto es que la Psicología Ambiental se ocupa de estudiar "algo que la mayoría de las veces no se hace presente a la persona, a pesar de saber dónde se encuentra, tener la destreza de poder describirlo y deambular por el lugar" (Aragonés, 2000). Los psicólogos ambientales han comprobado que el ambiente afecta al comportamiento de las personas, aunque éstas no son conscientes de su influencia. Podríamos decir que, al igual que el pez es el último en enterarse de que vive en el agua, los psicólogos han ignorado, a favor de las dimensiones intrapersonales y sociales, el contexto físico en donde se realiza toda conducta. El psicólogo ambiental trata pues de ser, como gráficamente lo ha descrito Sommer (1990), "el pez que estudia el agua".
Podemos concluir entonces que el objeto de estudio característico de la psicología ambiental es el flujo dinámico de la INTERACCIÓN endo, exo e inter entre las personas y sus entornos, y que esta interacción se enmarca necesariamente dentro de un CONTEXTO SOCIAL (o de interacción social) por lo que los "productos" de esta interacción entre persona y entorno (incluyendo a la propia persona y al entorno) han de ser considerados antes que nada como productos "psico-socio-ambientales". Es en estos términos que la cuestión planteada permite reconsiderar la psicología ambiental como PSICOLOGÍA SOCIAL AMBIENTAL, aunque, como veremos, la psicología social es solo una de las fuentes de las que bebe nuestra disciplina.
Sin embargo, la delimitación de lo que es la psicología ambiental no siempre ha tomado en consideración la misma perspectiva ya que, como señalan Altman y Rogoff (1987) existen varios posicionamientos a la hora de entender la INTERACCIÓN PERSONA-ENTORNO, como veremos a continuación.
3.       ENTORNO Y PSICOLOGÍA
Una de las características que definen a la Psicología Ambiental, como el resto de disciplinas aplicadas, es la multiplicidad de orientaciones teóricas utilizadas. Una aproximación ya clásica a la situación multiparadigmática de la disciplina es la ofrecida por Altman y Rogoff en el primer capítulo del Handbook of Environmental Psychology (1987), con la distinción de cuatro METAPARADIGMAS que, sin ser exclusivos de la Psicología Ambiental, constituyen cuatro formas diferentes de interpretar y analizar la relación entre las personas y sus entornos o, como reza el título de su trabajo, cuatro Visiones del mundo en psicología. Estas cuatro perspectivas son:
3.1          Perspectiva individualista o del rasgo
3.2          Perspectiva interaccionista
3.3          Perspectiva organísmica o sistémica
3.4          Perspectiva transaccionalista
3.1          Perspectiva individualista o del rasgo
Es la perspectiva que menos atención dirige hacia las variables ambientales ya que la unidad de análisis se centra en la PERSONA: sus procesos psicológicos, características cognitivas y rasgos de personalidad. Así, las características personales constituyen la base para la explicación del funcionamiento psicológico con relativa independencia de las variables provenientes de los contextos físicos o sociales. Enmarcada dentro del positivismo científico, asume la estabilidad de los rasgos personales y explica el cambio a partir de mecanismos teleológicos pre-establecidos o de las etapas de desarrollo.
Así pues, la perspectiva del rasgo se caracteriza por explicar el funcionamiento psicológico únicamente a partir de características personales (procesos cognitivos, rasgos de personalidad, etc.) obviando el contexto físico y social en el que estos procesos tienen lugar, por lo que de entrada es un enfoque incompatible con los objetivos de la Psicología Ambiental. Las teorías clásicas del instinto serían un ejemplo de este tipo de orientación, aunque también en el resto de la Psicología actual, no sólo en Psicología Ambiental, es difícil encontrar ejemplos con una perspectiva exclusiva del rasgo.
3.2          Perspectiva interaccionista
La perspectiva interaccionista parte de la consideración de la persona y el entorno como unidades separadas con interacciones entre ellas. La unidad de análisis en este caso sería "LA PERSONA Y EL ENTORNO" y su objetivo la búsqueda de relaciones causa-efecto entre variables para estudiar un fenómeno a través de un sistema asociativo de antecedentes y consecuentes orientado a la predicción y control de la conducta y los procesos psicológicos.
Gran parte de la investigación en Psicología Ambiental puede encuadrarse en esta perspectiva. En este sentido, no podemos olvidar que la filosofía de la ciencia subyacente a esta concepción, el positivismo, ha sido la predominante psicología, a saber, énfasis en lo analítico, la objetividad, replicabilidad, generalización, predicción y, en definitiva, en la búsqueda de principios y leyes universales de comportamiento.
Generalmente los objetivos de investigación desde esta perspectiva tratan de analizar el efecto de los factores ambientales (variable independiente o predictora) sobre la conducta y los procesos psicológicos (variable dependiente o criterio), reflejando así una visión causal, o al menos unidireccional de los fenómenos. Los modelos lineales son típicos de esta orientación. Ejemplos en psicología ambiental de esta perspectiva los encontramos en los estudios sobre hacinamiento, ruido y temperatura, en percepción y cognición ambiental, o en algunos aspectos de la conducta territorial y el espacio defendible. Sin embargo, es justo reconocer que no sólo se realizan análisis unidireccionales del ambiente sobre la conducta. Podemos encontrar trabajos en los que se incluyen los efectos de la conducta sobre el ambiente, por ejemplo los estudios sobre conducta ecológica responsable o sobre el uso y mantenimiento de los espacios públicos.
Entre las principales limitaciones de la perspectiva interaccionista para estos autores se encuentran la consideración de la persona y el ambiente como entidades separadas, y la forma en que trata las variables tiempo y cambio: La visión del mundo interaccionista trata los factores temporales como algo distinto de los procesos psicológicos y describe el cambio como un resultado de la interacción de variables, no como un aspecto intrínseco del fenómeno. Estas limitaciones pueden ser complementadas, de acuerdo con estos autores, con un enfoque holístico tal como alguna de las dos perspectivas que se analizarán más adelante, la perspectiva organísmica o la perspectiva transaccional.
3.3.     Perspectiva organísmica
La característica principal de esta perspectiva es la consideración holística tanto de la persona como del entorno, que pasan a definirse como elementos dentro de un SISTEMA INTEGRADO con interacciones entre las partes. Este énfasis de lo molar sobre lo molecular es la principal diferencia respecto a la perspectiva interaccionista -característica ésta que es mayoritariamente asumida por la Psicología Ambiental actual. Asimismo, se asume la clásica premisa gestáltica de que "el todo es más que la suma de las partes", es decir, la comprensión de un fenómeno psicoambiental pasa por descubrir las leyes que rigen y dirigen el funcionamiento del sistema como unidad global y no a través de un proceso aditivo de análisis de interacciones aisladas. Su comprensión pasa por analizar el funcionamiento del conjunto y es el conjunto el que da sentido a las partes.
Wapner (1981) define así las principales características de esta aproximación:
A.      La unidad de análisis es la "PERSONA-EN-ENTORNO" entendido como sistema integrado por distintos niveles (biológico, psicológico, socio-cultural) considerados de forma holística.
B.      El organismo se RELACIONA ACTIVAMENTE con el entorno en términos de objetivos y finalidades que son llevados a cabo a través de una variedad de significados e instrumentalidades
C.      Estas relaciones incluyen tanto aspectos cognitivos, afectivos como valorativos.
D.      Este sistema opera en DINÁMICO EQUILIBRIO orientado hacia objetivos a corto o largo plazo, de tal forma que una distorsión en una parte de este sistema afecta a las otras partes y a todo el sistema como conjunto.
E.       El grado de desarrollo de un sistema (principio ortogenético) depende del grado en que las partes del sistema, su significado y finalidades se encuentran JERÁRQUICAMENTE ordenadas e integradas en él.
3.4.        Perspectiva Transaccionalista
La perspectiva transaccional define la Psicología como "el estudio de las relaciones cambiantes entre los aspectos psicológicos y ambientales de las unidades holísticas" (Altman y Rogoff, 1987; p. 24). Así pues, la unidad de análisis la constituyen "las entidades holísticas tales como eventos que implican personas, procesos psicológicos y ambientes". La diferencia fundamental con la perspectiva organísmica es que en este caso el todo no se compone de elementos separados, sino que se trata de una "confluencia" de factores inseparables que dependen unos de otros para su definición y significado. Se enfatiza además la importancia del tiempo y el cambio para comprender un fenómeno, por lo que estas variables deben convertirse en elementos indispensables de cualquier análisis psicoambiental. Por otra parte, en cuanto al modelo de filosofía de la ciencia, el transaccionalismo adopta una orientación pragmática, ecléctica y relativista para el estudio de los fenómenos psicológicos. En vez de buscar leyes generales, se acepta la posibilidad de que diferentes configuraciones de principios puedan ser necesarios para comprender diferentes eventos. Se subraya el valor de los estudios de caso único. Los fenómenos no son necesariamente predecibles y repetibles. La idiosincrasia de cada evento permite analizarlo desde diferentes perspectivas y apreciar la variedad de factores que contribuyen a un mismo fenómeno. Por último, otra importante característica de este enfoque es el papel que adopta el investigador. Desde esta perspectiva, el observador forma parte del propio fenómeno que observa, es inseparable de él, y su papel, perspectiva y localización deben entenderse como un aspecto de dicho fenómeno.
En resumen, esta aproximación parte de cinco premisas básicas:
A.      La unidad de análisis es la PERSONA "EN" EL ENTORNO.
B.      Tanto persona como entorno se DEFINEN dinámicamente y se TRANFORMAN MÚTUAMENTE a lo largo del TIEMPO, como dos aspectos de una unidad global
C.      La estabilidad y el cambio coexisten continuamente.
D.      La dirección del cambio es EMERGENTE, no establecida a priori.
E.       En consecuencia, es importante buscar tanto las fuentes del cambio como la forma en que el cambio a un determinado nivel afecta a los otros niveles, creando nuevas CONFIGURACIONES DE PERSONA-ENTORNO.
Sin embargo, esta perspectiva plantea dificultades epistemológicas y metodológicas importantes. Las principales dificultades a las que se alude son:
A.      la incorporación de las VARIABLES TIEMPO Y CAMBIO como intrínsecas a los fenómenos a estudiar;
B.      la IMPLICACIÓN del propio investigador en la situación a investigar;
C.      la dificultad o imposibilidad de utilizar las ESTRATEGIAS METODOLÓGICAS tradicionales; y
D.      cuestiones relacionadas con la REPRESENTATIVIDAD de situaciones o poblaciones estudiadas, fiabilidad y validez de las medidas y generalización de los resultados obtenidos.
4.       DEFINICION DE PSICOLOGIA AMBIENTAL
Primer, podemos decir que la Psicología ambiental, por ser una disciplina nueva, por su ubicación fronteriza con otras disciplinas se sitúa en un área de difícil delimitación por lo que se refiere a un campo de investigación coherente (Stokols, 1995). Resultado de ello es que la participación interdisciplinar es considerada generalmente como uno de los rasgos definidores de la propia Psicología Ambiental (Holahan, 1982; Proshansky, 1990).
Segundo, la Psicología Ambiental, como ámbito disciplinar, tiene una historia no excesivamente dilatada. Su consolidación se produce alrededor de la década de los años 60 y por lo tanto, la denominación que apunta Wohlwill (1970) como "área de embrión" puede, en buena medida, mantener su vigencia actualmente, al menos por lo que se refiere a un campo de investigación diferenciado a nivel teórico (Ittelson, 1995).
Tercero, la Psicología Ambiental , desde sus inicios y por su carácter eminentemente aplicado, se ha definido por un marcado pragmatismo, por el estudio y la resolución de aspectos concretos y por una predisposición abierta al abordaje de nuevas cuestiones ambientales que se han ido suscitando al generarse nuevas demandas sociales respecto al tema.
Por último, la disciplina ha caracterizado por una multiplicidad de enfoques, tanto teóricos como metodológicos y de ámbitos de aplicación que a menudo dificultan una visión integrada y unitaria de la materia aunque, una vez más, la multiplicidad metodológica sea asumida como una característica propia (Holahan, 1982; Altman, 1990).
Todo ello conlleva que, actualmente, tengamos a nuestra disposición un considerable número de definiciones de Psicología Ambiental. Entre las definiciones al uso, varios autores se refieren a su objeto en términos de búsqueda y análisis de las relaciones o interelaciones entre las personas y los entornos físicos (Russell y Ward, 1982; Holahan, 1982, 1986; Heimstra y McFarling, 1979; Stokols y Altman, 1987; Proshansky, 1990) o específicamente respecto a los entornos construidos (Proshansky, 1976). Otras definiciones (Canter y Craik, 1981) focalizan su atención en el estudio de las transacciones entre acciones y experiencias humanas y los aspectos pertinentes del espacio sociofísico, adoptando un enfoque más social de la disciplina. Esta perspectiva transaccional es también adoptada por Gifford en su manual de Psicología Ambiental (Gifford, 1987). Por último citaremos la definición que ofrecen Stokols y Altman en la introducción al Handbook of Environmental Psychology según la cual Psicología Ambiental se refiere al "estudio de la conducta y bienestar humanos en relación con el entorno sociofísico" (Stokols y Altman, 1987, p. 1).
Sin ánimos de añadir más definiciones si parece pertinente proponer un enunciado de síntesis en el se que destacan varios aspectos: a) el énfasis en los procesos psicosociales como objeto de estudio, lo que lleva a recuperar la conexión entre la Psicología Ambiental y la Psicología Social (Canter, 1988: Bonnes y  Secchiaroli, 1995); b) la multiplicidad de formas de entender las relaciones entre las personas y los entornos físicos (como unidad indisoluble, unidireccionalmente, bidireccionalmente); c) la necesidad de atender, como señala Proshansky (1990) a varios niveles de análisis: un nivel individual, un segundo grupal y un tercero referido a grandes grupos de personas o comunidades; d) finalmente, la necesaria ubicación de la Psicología Ambiental en un ámbito interdisciplinar, sin menoscabo de su propia identidad, ocupando un lugar específico y diferenciado dentro de las ciencias socioambientales.
De esta manera puede entenderse la Psicología Ambiental como la disciplina que tiene por objeto el estudio y la comprensión de los procesos psicosociales derivados de las relaciones, interacciones y transacciones entre las personas, grupos sociales o comunidades y sus entornos sociofísicos. Como disciplina científica comparte con otras disciplinas un campo de estudio común configurado por el conjunto de fenómenos que implican directamente a las personas con sus entornos.
5.       CARACTERÍSTICAS DEFINEN A LA PSICOLOGÍA AMBIENTAL
De todo lo visto hasta el momento podemos extraer algunas características que pueden considerarse de amplia aceptación y que definen a la psicología ambiental:

      5.1. RELACIONES RECÍPROCAS CONDUCTA-ENTORNO
Quizás sea éste el elemento más importante y definitorio de la psicología ambiental, al menos en cuanto a consenso entre sus miembros. Desde sus inicios, se ha puesto especial énfasis en señalar el ambiente no desde una perspectiva determinista en su influencia sobre la conducta humana, sino proclamando que los efectos entre el ambiente y la conducta se consideran bidireccionales y recíprocos, siendo objeto de estudio de esta disciplina los fenómenos producidos en ambas direcciones. Es decir, la psicología ambiental se ocupa de analizar tanto los efectos del ambiente sobre la conducta como aquellos otros producidos por la conducta sobre el ambiente.
      5.2. ENTORNO SOCIOFÍSICO
Con este término se quiere hacer hincapié en una concepción del ambiente tanto física como social. Es decir, son objeto de interés las propiedades físicas y sociales del ambiente en su interrelación con el comportamiento, precisando que, además, que estas propiedades (físicas y sociales) están estrechamente imbricadas de tal forma que no pueden entenderse unas sin las otras. Es por ello que consideramos el entorno sociofísico como el ámbito sobre el que centrar el objeto de estudio de la psicología ambiental
      5.3. ENTORNO NATURAL Y CONSTRUIDO
Si bien inicialmente los psicólogos ambientales focalizaron su atención en el comportamiento humano en entornos construidos (ciudad, espacio público, vivienda, ewpacios institucionales, etc.), la evolución de los problemas o las temáticas de nuestra sociedad hacia los espacios naturales han ido dirigiendo la disciplina en lo que Enric Pol (1993) ha llamado "De la Psicología de la Arquitectura a la Psicología Ambiental Verde". Así, sin olvidar las temáticas relacionadas con el espacio construido se ha ampliado el radio de atención a otro tipo de cuestiones más relacionadas con espacios naturales, recursos naturales o comportamiento proambiental.
      5.4. PERSPECTIVA HOLÍSTICA
Frente a una perspectiva atomista que analiza el ambiente en unidades moleculares, los psicólogos ambientales apostaron por un enfoque holístico que estudiara el ambiente en su conjunto, tal y como lo experimentan las personas en su vida diaria.
      5.5. ORIENTACIÓN APLICADA
No hay duda de que la psicología ambiental nace con vocación aplicada, con el objetivo de dar respuesta a determinadas demandas sociales, tales como el diseño y la planificación de los espacios públicos. Sin embargo, los investigadores no tardaron en interesarse por conceptos, procesos psicológicos y teorías explicativas más difíciles de justificar desde una perspectiva aplicada, aunque también se consideraban necesarios para poder avanzar en este terreno. Esto llevó a algunos psicólogos ambientales a proponer el modelo de investigación-acción de Kurt Lewin como la perspectiva que debía adoptar la disciplina en su quehacer científico.
      5.6. INTERDISCIPLINARIEDAD
La psicología ambiental comparte con otras disciplinas el estudio de los entornos físicos donde se desarrolla la experiencia humana. Por ello, desde sus propios orígenes hasta su aplicación práctica, la disciplina se caracteriza por adoptar perspectiva interdisciplinar donde la psicología comparte frentes comunes con la arquitectura, la biología, la ergonomía, la geografía la antropología, etc, como puede observarse si clicáis en la imagen adjunta.
      5.7. METODOLOGÍA ECLÉCTICA
La psicología ambiental se define a sí misma con una metodología ecléctica, lo que supone aceptar en principio los más variados procedimientos de investigación. Una revisión de los trabajos empíricos publicados permite comprobar la utilización de metodologías cualitativas y cuantitativas. Coexisten los estudios de campo con la investigación correlacional y los diseños experimentales, aunque lo cierto es que existe una inclinación o preferencia por los métodos "ecológicos", por estudiar a las personas en los contextos naturales, en el mundo real, lejos de las situaciones artificiales del laboratorio, y con la mínima intervención o manipulación por parte del investigador. Esta mezcolanza no es fruto de una falta de definición metodológica, sino de una postura ecléctica que procura conciliar distintos procedimientos de análisis.
En resumen, hemos visto cómo la Psicología Ambiental se mueve entre dicotomías, tensiones o polos opuestos. Como Altman y Rogoff (1987) lo han expresado acertadamente:
"los psicólogos ambientales intentan tender un puente entre los modos de pensar tradicionales y los no ortodoxos. Junto a una orientación- hacia-el-problema social existe un interés en la teoría básica y en el descubrimiento de conocimiento para su propio provecho. Y la llamada a una perspectiva molar coexiste con el deseo de explicar y dar cuenta de los procesos psicológicos de una manera analítica y dimensional. Además, el valor de trabajar en escenarios naturales va acompañado del requerimiento científico tradicional de conducir la investigación en situaciones controladas de manera que uno pueda atribuir las variaciones en los procesos psicológicos a condiciones conocidas"



II UNIDAD FACTORES SOCIALES Y AMBIENTALES

1.       APORTACIONES DESDE EL URBANISMO
De una forma u otra, tanto la arquitectura como el urbanismo han desarrollado un lenguaje característico que incorpora de manera relevante los aspectos simbólicos y significativos del espacio. Por una parte, la creación de elementos significativos dentro del espacio urbano remite al concepto de edificio singular o monumento, aunque, como se ha visto anteriormente, Bohigas (1985) propone ampliar el concepto tradicional de espacio monumental. Por otra parte, la distribución de estos elementos en el espacio determina de manera fundamental el desarrollo urbanístico de la ciudad a pesar de que, con el advenimiento de la ciudad industrial, los parámetros de desarrollo urbano se modifican considerablemente. Así, por ejemplo, la ciudad romana contempla un cardus y un decumanus como ejes urbanos, en cuya confluencia se sitúan los principales elementos del poder político o religioso; por su parte, la ciudad barroca se distribuye en el espacio buscando las perspectivas visuales óptimas para goce, admiración y respeto de los elementos urbanísticos que simbolizan el poder absoluto (jardines, palacios, etc.). En este sentido, resulta especialmente interesante el análisis que realiza Chueca Goitia (1994) acerca de distintos modelos de ciudad, destacando, por ejemplo, el valor simbólico del palacio-templo en la ciudad antigua, de “la puerta” para la ciudad islámica, de las catedrales o abadías en la ciudad medieval, las grandes vías y plazas en la ciudad renacentista o el ya comentado palacio de las ciudades barrocas. Sin embargo, por su incidencia sobre los planteamientos que centran el tema a tratar, es especialmente destacable la obra del urbanista Kevin Lynch. Este autor publica en 1960 The Image of the City, una obra que resultará de importancia capital para el desarrollo de la Psicología Ambiental. En ella se trata esencialmente el tema de la imagen mental asociada al espacio urbano. Como ya se ha comentado al principio del capítulo, aunque el autor considera que toda imagen ambiental tiene tres componentes básicos: identidad, estructura y significado, su análisis se centra en los dos primeros dejando en un segundo término el tema del significado del espacio. La explicación de esta opción podemos encontrarla en la definición que el propio autor realiza del verbo Urban Design para la Enciclopedia Británica (1974): "Significado: (...) El rol simbólico del paisaje es interesante, pero desgraciadamente su comprensión es poca. La significación difiere enormemente entre los diferentes grupos." (En Banerjee & Southworth, 1990, p. 519). Su aportación en este terreno consiste básicamente en considerar que una imagen física cumple también una función social: "Puede proporcionar la materia prima para los símbolos y recuerdos colectivos de comunicación del grupo (...). Potencialmente, la ciudad es en sí misma el símbolo poderoso de una sociedad compleja. Si se la plantea bien visualmente, puede tener asimismo un intenso significado expresivo" (1985, pp.12-14). Por su parte, Edward Krupat (1985) analiza las funciones que, para Lynch, cumple la imagen de una ciudad: función de movilidad, de organización, emocional y simbólica. Respecto a esta última, la idea central es que la imagen provee símbolos y asociaciones fuertes con un lugar que facilitan la comunicación entre la gente que participa de un entorno común: "El hecho de que las representaciones mentales de ciertos lugares conocidos, lugares de encuentro, o barrios especiales pueden resultar compartidas sugiere que los mapas cognitivos no tan solo sirven a nivel individual sino que también son susceptibles de jugar un importante rol social o interpersonal" (Krupat, 1985, p. 71). Con anterioridad a la publicación del libro antes mencionado, el propio Lynch trata el elemento simbólico como uno de los elementos que facilitan la orientación espacial, apuntando a continuación que el simbolismo espacial puede también derivarse de la satisfacción surgida de la visión de la ciudad como globalidad unitaria con la cual el individuo puede identificarse (Lynch, 1953). La crítica sobre la falta de atención al significado simbólico del espacio hecha al trabajo de Lynch fue en parte, recogida en algunos de sus trabajos posteriores al de 1960. Por ejemplo, en un trabajo referente a los criterios sobre el diseño de autopistas (Lynch y Appleyard, 1966) se hace referencia al posible perjuicio que puede suponer la construcción de una de estas infraestructuras en tanto en cuanto resulta una barrera visual pero también simbólica en el paisaje. Para reducir este efecto, es necesario identificar los elementos visuales y simbólicos que son relevantes en el área sobre la que se interviene, pero no hacerlo de una manera mecánica sino a través de las explicitaciones de la comunidad o grupos afectados. Sin embargo, será en sus últimos artículos cuando Lynch retomará el tema del significado del espacio, su carácter simbólico y su relación con los procesos de identidad, tanto individual como social. De una forma más o menos explícita, la conexión entre significado espacial y identificación social había sido recogida en textos anteriores (Lynch, 1953, 1960). Pero es precisamente cuando el autor reflexiona sobre las pautas y orientaciones a tener en cuenta por los diseñadores urbanos cuando esta conexión se hace más evidente (Lynch, 1975). Todo diseñador que combine determinados elementos y espacios para configurar una imagen urbana ha de tener en cuenta que esta imagen tendrá un fuerte componente de significado social que irá creciendo y elaborándose con el tiempo. Estas imágenes: "conectan al ciudadano con el lugar, mejorando el significado de la vida diaria y reforzando la identidad del grupo y del self" (en Barnejee & Southworth, op. cit.). Esta clara referencia supone un punto de inflexión importante en la consideración el significado por parte del autor: la imagen ambiental deja de ser vista únicamente desde una perspectiva funcional para pasar a ser un elemento a considerar en la formación de la identidad, no tan solo del espacio sino de los individuos que estan inmersos en él. Esta idea queda reforzada en su trabajo póstumo (Lynch, 1984), una interesante revisión de The image of the city en la que recoge directamente la crítica sobre el tema del significado y retoma las ideas expuestas anteriormente. Las palabras del propio autor son suficientemente esclarecedoras al respecto: "Este fue un golpe más directo. El estudio nunca demostró su suposición básica, excepto indirectamente, a través del tono emocional de las entrevistas: observaciones repetidas acerca del placer de reconocimiento y conocimiento, la satisfacción de la identificación con un lugar hogareño distintivo, y el desagrado de estar perdido o de estar consignado a un entorno gris. Sucesivos estudios han continuado para reunir esta evidencia indirecta. La idea puede estar vinculada al papel de la identidad del self en el desarrollo psicológico, en la creencia de que la identidad del self está reforzada por una fuerte identidad de lugar y tiempo. Una imagen de lugar poderosa puede estar presumiblemente apoyando una identidad de grupo" (en Barnejee & Southworth, op.cit.). Después de leer estos comentarios estamos en condiciones de apuntar una clara relación, al menos conceptual, entre la revisión que Lynch hace del tema del significado de la imagen ambiental, el concepto de place-identity (Proshansky, Fabian y Kaminoff, 1983) y la relación que estas ideas presentan entre la consideración del lugar con significado simbólico y los procesos de generación o consolidación de identidades sociales. Es pues hacia el final de la obra de Lynch cuando el tema del significado simbólico espacial toma la relevancia que merece, cubriendo así una laguna importante que ha estado presente desde los planteamientos iniciales de este autor.
2.       ESPACIO PERSONA Y GRUPO
La antropología cultural ostenta una larga tradición en el tratamiento de los temas relacionados con el espacio, con influencias claras sobre disciplinas como la geografía, la sociología o la propia psicología. Sin embargo, para González Alcantud, lo que singulariza el discurso antropológico social sobre el espacio es, "en primer término, la preeminencia de la contextualidad cultural sobre la percepción individual. En segundo lugar, la interrelación entre pensamiento, con su proyección mítica, y la experiencia espacial. Y en último lugar, la indubitable orientación sociocultural del estudio del espacio frente a cualquier tentación biologicista" (Aguirre, 1993, p. 230). Desde esta perspectiva el significado simbólico del espacio ha estado profusamente tratado desde la antropología cultural, en muchas ocasiones tratado desde formas de pensamiento que remiten a categorías binarias, siendo esta característica una constante en el tratamiento antropológico del espacio: pueblo-bosque, rural-urbano, masculino-femenino, centro-periferia, público-privado, cultivado-inculto o, quizás la más destacada, sagrado-profano. En este sentido, cabe mencionar la noción de espacio sagrado de Eliade (1957, 1979) según la cual se organiza una oposición fundamental entre el espacio habitado (sagrado) y el espacio no habitado (profano). La estructuración del espacio equivale a su consagración, adoptando un valor mítico que lo sitúa como centro del mundo. Los límites de este espacio estructurado configuran el umbral con el caos y lo protegen del desorden. Como comenta el mismo González Alicantud, desde la perspectiva antropológica, “una muralla no indica sólo una defensa militar, sino igualmente una definición simbólica entre dos universos: el orden y el caos. El orden representado por la civilización y el caos del mundo exterior, de lo salvaje" (Aguirre, 1993, p. 230). A pesar del innegable interés que tiene este tipo de tratamiento del espacio a partir de una simbología de orden cosmológico, centraremos nuestro interés en las aportaciones provenientes de la antropología urbana. En primer lugar, cabe destacar que una parte importante de los estudios referidos a la espacialidad urbanística pivotan a nivel teórico sobre los conceptos de «territorialidad colectiva» y «vecinaje». Así, Barbichon (1982) compara el significado de éstos en varios países, observando como la noción francesa de vecinaje remite más a una connotación de relación interindividual mientras que la noción americana tiene una connotación más colectiva, incluso comunitaria. Por otra parte, el estudio de la territorialidad incluye el aspecto significativo. Giner comenta: "Mediante una forma concreta de semantización el espacio se transforma en territorio. (...). Este análisis, más que fijarse en los productos, se centra en la formación metafórica y metonímica del espacio constituido en territorio desde el punto de vista de las operaciones mentales y su relación con determinados aspectos de la estructura social. Así, el territorio puede funcionar como estrato espacial susceptible de investirse de significados específicos." (Aguirre, 1993, p. 601). Mención destacada merece, sin embargo, la obra de Amos Rapoport. Este autor puede ser considerado, dentro del círculo de autores de influencia reconocida en el ámbito disciplinar de la psicología ambiental, uno de los que de manera más explícita han tratado el tema de los significados simbólicos atribuidos al espacio. A lo largo de su dilatada obra y en su análisis del espacio construido, desde la vivienda (Rapoport, 1969), los aspectos del diseño urbano (Rapoport, 1970) hasta el análisis de los aspectos más psicosociales del espacio (Rapoport, 1977), el factor simbólico ha tenido siempre un papel destacado como objeto de estudio comentando que, aunque haya caído en un imperdonable olvido, es esencial para poder llegar a un cierto nivel de comprensión del fenómeno urbano. Para el autor, el simbolismo del espacio ha estado considerado únicamente de dos maneras. La primera, analizando los edificios de carácter "especial" (iglesias, etc...). La segunda, analizando el simbolismo de ciudades y pueblos primitivos, a menudo dentro de estudios de carácter histórico o antropológico (Rapoport, 1970). Según él, es necesario considerar el estudio del simbolismo espacial dentro de nuestras ciudades, pero ello es una tarea difícil ya que las ciudades de nuestra sociedad tienen cada vez menos símbolos compartidos. A pesar de ello, el análisis del simbolismo espacial, lejos de quedar obsoleto, resulta fundamental para entender la relación entre la ciudad y sus habitantes. Para acercarnos al estudio de este tema, cabe destacar la distinción que hace el autor entre el mundo perceptivo y el mundo asociativo, dentro del cual se incluyen los símbolos (Rapoport, 1970, 1977). Partiendo de un planteamiento considerado ya anteriormente en otros apartados y según el cual el entorno urbano es una manifestación y un producto socio-cultural, el autor aborda el proceso de identificación social inmerso en un contexto sociofísico donde el mundo perceptivo y el mundo asociativo o de significados se encuentran íntimamente relacionados: el mundo asociativo no puede existir sin el perceptual y este último es una condición necesaria pero no suficiente para el primero, ya que pueden darse asociaciones que caigan fuera del ámbito perceptivo. La importancia de este mundo asociativo radica en el hecho de que estas asociaciones inciden marcadamente en nuestra percepción del entorno, apareciendo el elemento cultural como determinante en la forma que tenemos de percibir y entender la realidad que nos rodea. En el trasfondo se encuentra la existencia de una jerarquía de niveles de significación asociada a cualquier objeto físico, que va desde lo concreto, pasando por el valor de uso, hasta el valor simbólico abstracto, siendo este último aspecto esencial para el autor: "Aunque todos nuestros esfuerzos cognitivos son esfuerzos en busca de significado (Barlett, 1967), sugiero que los valores simbólicos son más importantes que los de uso." (1978, p. 280) A su vez, el mundo asociativo se mueve en un continuum que va desde asociaciones comúnmente aceptadas y compartidas a asociaciones totalmente personales, siendo especialmente relevante la distinción entre símbolos discursivos (socialmente compartidos) y símbolos no discursivos (idiosincrásicos). En la relación con su medio, los individuos toman un papel evidentemente activo: responden activamente a unos estímulos y modifican otros; los simbolizan y responden a ellos. De esta forma, la gente lee simbólicamente los estímulos perceptivos según los significados que les otorga, y esta lectura depende de la asociatividad, de la evaluación y de la experiencia (Rapoport y Watson, 1972, citado en Rapoport, 1977). Uno de los elementos de análisis de Rapoport que nos interesa destacar especialmente es la articulación de los procesos de identidad social con los aspectos simbólicos del espacio urbano: "Claramente, si existe un grupo homogéneo se expresará inmediatamente a través de un sistema simbólico (...). La diferenciación de funciones, significados y valores en la ciudad, que es jerárquica, puesto que la estructura social raramente es homogénea, se relaciona con el simbolismo (...). La gente se agrupa por sus gustos y los expresa simbólicamente, y los símbolos son un medio importante de transmitir y condensar la información. Las normas y las reglas de conducta se expresan en estos símbolos inmersos en el medio ambiente (...). Algunos elementos se aceptan por el grupo que los impone como expresión de su identidad al individuo (...). Los elementos materiales se convierten en medios de identificación social y representan un significado y un valor, determinando a su vez la actitud de la gente frente a ellos (Paulsson, 1950; Sawicky, 1971). Cuando existe congruencia entre el medio conceptual y el físico, los refuerza, y pueden convertirse en símbolos usados y compartidos por un grupo. La ciudad es un sistema de sistemas de símbolos (...). Los símbolos son, pues, unos reforzadores de valores y un medio de conseguir consensus en grupos." (1978, pp. 284-285). El problema fundamental en nuestras ciudades es que hay, cada vez más, un predominio de las asociaciones no discursivas en detrimento de las discursivas. Se podría decir que antes existía un área mucho más extensa de acuerdo social y una variación idiosincrásica menor. Esto conlleva la disociación cada vez más evidente entre el mundo perceptivo y el mundo asociativo, fenómeno que queda evidenciado en el diseño de nuestras ciudades: actualmente los diseñadores construyen en base a asociaciones personales y no en base a asociaciones compartidas. El ciudadano no puede entonces establecer relaciones entre el diseño urbano y el universo simbólico compartido. Una consecuencia de este hecho es que cada vez hay menos elementos simbólicos compartidos en el espacio urbano y que estos elementos simbólicos se hallan cada vez más alejados de los espacios urbanos diseñados: "... en el diseño esto mismo ha llevado a una situación "patológica" en la que se emplean los símbolos personales y idiosincrásicos de los diseñadores, símbolos que en absoluto coinciden con las asociaciones y los símbolos del público" (1974, p.30). Por otro lado, es interesante la aparición del concepto psicosocial de estructura social, que se manifiesta de manera inequívoca en el espacio urbano. En este sentido, como Lefebvre (1970), Rapoport ve en la estructura espacial el reflejo de un sistema social determinado: "Las ciudades tienen una estructura social, y la gente espera entender el comportamiento de unos y de otros. Los elementos simbólicos expresan esta estructura, sus valores y sus creencias." (1978, p. 286). "En la medida en que los símbolos comunican, puede establecerse un paralelismo entre la estructura social y la organización del espacio capaz de decir al pueblo algo acerca de cómo comportarse y qué cabe esperar en relación con la visión del mundo, las jerarquías y demás aspectos similares" (1974, p. 25). También se acerca a la consideración de la naturaleza transfuncional de los espacios simbólicos que hace el sociólogo francés al contemplar el espacio como estructuras-símbolo que concretan la naturaleza inmaterial, a-espacial y a-temporal de los valores, significados y normas de una sociedad (Rapoport, 1970). En este caso, lo distingue de otro conjunto de estructuras-símbolo como el lenguaje, el parentesco o la comunicación no verbal. 5. APORTACIONES DESDE LA GEOGRAFÍA Al analizar el concepto de «lugar», Bonnes y Secchiaroli (1995) hacen notar como buena parte del tratamiento otorgado al tema por parte de la arquitectura y el diseño urbano está influido por los desarrollo provenientes de la filosofía de corte fenomenológico (Merleau-Ponty, 1945, 1951; Bachelard, 1957; Heidegger, 1952; Norberg-Schulz, 1971, 1980) y de la influencia de esta tradición en la geografía (Tuan, 1974, 1979, 1980; Relph, 1970, 1976; Buttimer, 1976; Seamon, 1979, 1982; Buttimer y Seamon, 1980) bajo el título de "la fenomenología del mundo geográfico”. Así, al comenzar este apartado, es necesario referirse a la influencia que ha ejercido la tradición fenomenológica en filosofía por lo que respecta al tratamiento del espacio. La idea general desde esta perspectiva es el análisis del espacio vivenciado y de cómo un «espacio» pasa a convertirse en «lugar». Es especialmente destacable la aportación de Heidegger (1975) en relación al fenómeno de constitución de la vivienda (dwelling) o el proceso por el cual la gente transforma un lugar en hogar. Para el autor, este proceso implica a cuatro elementos: la tierra, el cielo (en relación la mundo natural y al entorno) así como dioses y hombres (en relación a los aspectos individuales, interpersonales, ecológicos y espirituales). De esta forma, el hecho de "morar" se convierte en el elemento esencial de lo que significa “ser un ser humano viviendo en el mundo”. Por su parte, el escandinavo Norberg-Schulz (1980) analiza lo que denomina genius loci o "el espíritu del lugar" considerando que cada lugar tiene un "genius loci" cuyas raices se hallan en el entorno o lugar natural. Éste no solo representa "una mera dirección del fenomeno sino que tiene su estructura e incorpora significados" (ibid. p. 23). El autor interpreta el lugar natural en función de cinco dimensiones: objeto (thing), orden, carácter, luz y tiempo. Las dos primeras hacen referencia a las cualidades espaciales del espacio; las dos segundas a la atmósfera en su conjunto. Por su parte, el tiempo implica tanto constancia como cambio en relación con los ritmos naturales. De la combinación de estas dimensiones Norberg-Schulz define cinco tipos de paisaje con sus correspondientes "genius loci": el paisaje romántico, un entorno de cambio, diversidad y detalle ejemplificado por el bosque escandinavo; el paisaje cósmico, caracterizado por la continuidad y la extensión, como lo es desierto; el paisaje clásico, un entorno donde se balancea la variedad y la continuidad, representado por el paisaje griego; y el paisaje complejo, una combinación de los anteriores y representado por la mayoría de paisajes actuales, aunque sin la pureza de los entornos naturales. El concepto de «lugar» ocupa una posición central en buena parte de las teorías geográficas sobre el entorno. Así, Relph (1976) define lo que llama la “fenomenología del lugar” en la que los lugares se definen exclusivamente en términos experienciales. El aspecto central de la experiencia del lugar es la relación dialéctica entre la “interioridad existencial” y la “exterioridad existencial”. La primera es el grado en el que la gente se siente como parte de un lugar o inmersa en él. La segunda está formada por la experiencia resultado de sentirse como extranjero o separado del lugar. A través de diferentes grados de interioridad/exterioridad, los lugares asumen diferentes identidades para gentes diferentes. Desde una perspectiva similar, Tuan (1974, 1979, 1980) analiza el tema de los lazos afectivos que la gente establece con el entorno físico, y lo hace a través de la definición del concepto de “topofilia” (Tuan, 1974). Estos lazos afectivos que producen sentimientos positivos contrastan con el concepto de “topofobia” (Tuan, 1979). Asimismo, el autor examina lo que él denomina “sentido de lugar” en contraste con “enraizamineto”. El segundo se caracteriza por una simple e inconsciente familiaridad y ocupación de un lugar mientras que el primero “implica una cierta distancia entre el self y el lugar, que permite al self apreciar el lugar” (Tuan, 1980, p. 4). Tuan enfatiza el carácter de intencionalidad por el cual la gente asume el “sentido del lugar”. Así, los lugares no son el resultado directo de las características físicas del entorno sino que son productos de actos humanos intencionales dirigidos hacia la creación de lugares. Para concluir este apartado, no podemos dejar de mencionar otras aportaciones sumamente interesantes desde la perspectiva fenomenológica, como el análisis del espacio desde la prespectiva poética de Bachelard (1965) o los trabajos de Buttimer y Seamon (Buttimer, 1976; Seamon, 1979; Buttimer y Seamon, 1980), y en especial la revisión que realiza Seamon sobre la incidencia de los planteamientos fenomenológicos para la Psicología Ambiental (Seamon, 1982).

3.       EL ESPACIO Y EL GRUPO

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