PSICOLOGÍA AMBIENTAL
ÍNDICE
UNIDAD I : ASPECTOS GENERALES DE LA PSICOLOGIA AMBIENTAL
1.
INTRODUCCIÓN
2.
EL OBJETO DE ESTUDIO DE LA
PSICOLOGÍA AMBIENTAL
3.
ENTORNO Y PSICOLOGÍA
3.1 Perspectiva individualista o del rasgo
3.2 Perspectiva interaccionista
3.3 Perspectiva organísmica o sistémica
3.4 Perspectiva transaccionalista
4.
DEFINICION DE PSICOLOGIA
AMBIENTAL
5.
CARACTERÍSTICAS DEFINEN A LA
PSICOLOGÍA AMBIENTAL
5.1. RELACIONES RECÍPROCAS CONDUCTA-ENTORNO
5.2. ENTORNO SOCIOFÍSICO
5.3. ENTORNO NATURAL Y CONSTRUIDO
5.4. PERSPECTIVA HOLÍSTICA
5.5. ORIENTACIÓN APLICADA
5.6. INTERDISCIPLINARIEDAD
5.7. METODOLOGÍA ECLÉCTICA
II UNIDAD FACTORES SOCIALES Y AMBIENTALES
1.
APORTACIONES DESDE EL URBANISMO
2.
ESPACIO PERSONA Y GRUPO
3.
EL ESPACIO Y EL GRUPO
UNIDAD I: ASPECTOS GENERALES DE LA PSICOLOGIA AMBIENTAL
1.
INTRODUCCIÓN
Para los psicólogos ambientales existe un axioma indiscutible, y es
el hecho de que toda conducta tiene lugar siempre y necesariamente en un
contexto ambiental. Esta afirmación, no especialmente reveladora, es una forma
de llamar la atención sobre el papel que puede desarrollar el ambiente
(especialmente el físico, como veremos) en la experiencia y el comportamiento
humano. Un papel que la psicología durante muchos años ha mantenido postergado.
Posiblemente el lector instruido en la historia de la psicología
estará pensando que la afirmación anterior no es correcta, ya que no hay más
que pensar en la clásica polémica herencia-ambiente, o en el ambientalismo
radical de Watson o Skinner, para darse cuenta de que siempre ha habido alguien
velando por los intereses del ambiente en su relación con la experiencia y
conducta humanas. Pero como veremos con más detenimiento a lo largo de este
curso, el "ambiente" de la psicología ambiental no es ese ambiente.
Como numerosos psicólogos ambientales han hecho notar, cuando se ha utilizado
el término ambiente en psicología, ha sido para referirse a los aspectos
psicológicos, sociales, interpersonales, culturales u organizacionales que
caracterizan los ámbitos humanos. Por el contrario, "para los psicólogos
ambientales, la lente de análisis está focalizada en los sistemas físicos que
por definición también caracterizan a estos ambientes" (Proshansky y
O’Hanlon, 1977, p. 103; citado en Bonnes y Secchiaroli, 1995)
Son pues los ambientes físico-espaciales los que constituyen el
objeto de la psicología Ambiental. Pero tampoco coinciden estos ambientes
físicos con los estímulos físicos empleados por los psicólogos de la
percepción: objetos, figuras geométricas, etc. Los psicólogos ambientales se
interesan por el estudio holístico del ambiente físico, tal y como lo
experimentan las personas en su vida diaria.
2.
EL OBJETO DE ESTUDIO DE LA
PSICOLOGÍA AMBIENTAL
La epistemología analiza, evalúa y da la partida de nacimiento a
esta nueva disciplina psicológica. Los primeros psicólogos ambientales tienen
muy claros sus objetivos: analizar la interrelación entre las personas y los
ambientes físicos reales que éstas ocupan. Pero pronto vinieron las
matizaciones. En un principio de atención se centraba en los ambientes físicos,
no tardaron en advertir que a menudo es difícil y artificioso aislar éstos de
sus dimensiones sociales, por lo que el objeto de análisis pasó a ser el
ambiente o entorno socio físico. Asimismo, si inicialmente fueron los ambientes
construidos los que captaron el interés, la degradación del medio ambiente y el
"boom" acontecido en todos los sectores de nuestra sociedad
(individuos particulares, empresas, partidos políticos, asociaciones
ecologistas) en cuanto a la preocupación por la conservación de los recursos y
del medio en general, llevaron rápidamente a interesarse también por los
ambientes naturales.
Esta nueva disciplina de la conducta -la Psicología Ambiental- tiene
ahora entre su objeto de estudios más ítem respecto al lis de su primigenia
creación. Pero ya sean los ambientes naturales o construidos, lo cierto es que
la Psicología Ambiental se ocupa de estudiar "algo que la mayoría de las
veces no se hace presente a la persona, a pesar de saber dónde se encuentra,
tener la destreza de poder describirlo y deambular por el lugar"
(Aragonés, 2000). Los psicólogos ambientales han comprobado que el ambiente
afecta al comportamiento de las personas, aunque éstas no son conscientes de su
influencia. Podríamos decir que, al igual que el pez es el último en enterarse
de que vive en el agua, los psicólogos han ignorado, a favor de las dimensiones
intrapersonales y sociales, el contexto físico en donde se realiza toda
conducta. El psicólogo ambiental trata pues de ser, como gráficamente lo ha
descrito Sommer (1990), "el pez que estudia el agua".
Podemos concluir entonces que el objeto de estudio característico de
la psicología ambiental es el flujo dinámico de la INTERACCIÓN endo, exo e
inter entre las personas y sus entornos, y que esta interacción se enmarca necesariamente
dentro de un CONTEXTO SOCIAL (o de interacción social) por lo que los
"productos" de esta interacción entre persona y entorno (incluyendo a
la propia persona y al entorno) han de ser considerados antes que nada como
productos "psico-socio-ambientales". Es en estos términos que la
cuestión planteada permite reconsiderar la psicología ambiental como PSICOLOGÍA
SOCIAL AMBIENTAL, aunque, como veremos, la psicología social es solo una de las
fuentes de las que bebe nuestra disciplina.
Sin embargo, la delimitación de lo que es la psicología ambiental no
siempre ha tomado en consideración la misma perspectiva ya que, como señalan
Altman y Rogoff (1987) existen varios posicionamientos a la hora de entender la
INTERACCIÓN PERSONA-ENTORNO, como veremos a continuación.
3.
ENTORNO Y PSICOLOGÍA
Una de las características que definen a la Psicología Ambiental,
como el resto de disciplinas aplicadas, es la multiplicidad de orientaciones
teóricas utilizadas. Una aproximación ya clásica a la situación multiparadigmática
de la disciplina es la ofrecida por Altman y Rogoff en el primer capítulo del
Handbook of Environmental Psychology (1987), con la distinción de cuatro
METAPARADIGMAS que, sin ser exclusivos de la Psicología Ambiental, constituyen
cuatro formas diferentes de interpretar y analizar la relación entre las
personas y sus entornos o, como reza el título de su trabajo, cuatro Visiones
del mundo en psicología. Estas cuatro perspectivas son:
3.1
Perspectiva individualista o
del rasgo
3.2
Perspectiva interaccionista
3.3
Perspectiva organísmica o
sistémica
3.4
Perspectiva transaccionalista
3.1 Perspectiva individualista o del rasgo
Es la perspectiva que menos atención dirige hacia las variables
ambientales ya que la unidad de análisis se centra en la PERSONA: sus procesos
psicológicos, características cognitivas y rasgos de personalidad. Así, las
características personales constituyen la base para la explicación del
funcionamiento psicológico con relativa independencia de las variables
provenientes de los contextos físicos o sociales. Enmarcada dentro del
positivismo científico, asume la estabilidad de los rasgos personales y explica
el cambio a partir de mecanismos teleológicos pre-establecidos o de las etapas
de desarrollo.
Así pues, la perspectiva del rasgo se caracteriza por explicar el
funcionamiento psicológico únicamente a partir de características personales
(procesos cognitivos, rasgos de personalidad, etc.) obviando el contexto físico
y social en el que estos procesos tienen lugar, por lo que de entrada es un
enfoque incompatible con los objetivos de la Psicología Ambiental. Las teorías
clásicas del instinto serían un ejemplo de este tipo de orientación, aunque
también en el resto de la Psicología actual, no sólo en Psicología Ambiental,
es difícil encontrar ejemplos con una perspectiva exclusiva del rasgo.
3.2 Perspectiva interaccionista
La perspectiva interaccionista parte de la consideración de la
persona y el entorno como unidades separadas con interacciones entre ellas. La
unidad de análisis en este caso sería "LA PERSONA Y EL ENTORNO" y su
objetivo la búsqueda de relaciones causa-efecto entre variables para estudiar
un fenómeno a través de un sistema asociativo de antecedentes y consecuentes
orientado a la predicción y control de la conducta y los procesos psicológicos.
Gran parte de la investigación en Psicología Ambiental puede
encuadrarse en esta perspectiva. En este sentido, no podemos olvidar que la
filosofía de la ciencia subyacente a esta concepción, el positivismo, ha sido
la predominante psicología, a saber, énfasis en lo analítico, la objetividad,
replicabilidad, generalización, predicción y, en definitiva, en la búsqueda de
principios y leyes universales de comportamiento.
Generalmente los objetivos de investigación desde esta perspectiva
tratan de analizar el efecto de los factores ambientales (variable
independiente o predictora) sobre la conducta y los procesos psicológicos
(variable dependiente o criterio), reflejando así una visión causal, o al menos
unidireccional de los fenómenos. Los modelos lineales son típicos de esta
orientación. Ejemplos en psicología ambiental de esta perspectiva los
encontramos en los estudios sobre hacinamiento, ruido y temperatura, en
percepción y cognición ambiental, o en algunos aspectos de la conducta
territorial y el espacio defendible. Sin embargo, es justo reconocer que no
sólo se realizan análisis unidireccionales del ambiente sobre la conducta.
Podemos encontrar trabajos en los que se incluyen los efectos de la conducta
sobre el ambiente, por ejemplo los estudios sobre conducta ecológica
responsable o sobre el uso y mantenimiento de los espacios públicos.
Entre las principales limitaciones de la perspectiva interaccionista
para estos autores se encuentran la consideración de la persona y el ambiente
como entidades separadas, y la forma en que trata las variables tiempo y
cambio: La visión del mundo interaccionista trata los factores temporales como
algo distinto de los procesos psicológicos y describe el cambio como un
resultado de la interacción de variables, no como un aspecto intrínseco del
fenómeno. Estas limitaciones pueden ser complementadas, de acuerdo con estos
autores, con un enfoque holístico tal como alguna de las dos perspectivas que
se analizarán más adelante, la perspectiva organísmica o la perspectiva transaccional.
3.3. Perspectiva
organísmica
La característica principal de esta perspectiva es la consideración
holística tanto de la persona como del entorno, que pasan a definirse como
elementos dentro de un SISTEMA INTEGRADO con interacciones entre las partes.
Este énfasis de lo molar sobre lo molecular es la principal diferencia respecto
a la perspectiva interaccionista -característica ésta que es mayoritariamente
asumida por la Psicología Ambiental actual. Asimismo, se asume la clásica
premisa gestáltica de que "el todo es más que la suma de las partes",
es decir, la comprensión de un fenómeno psicoambiental pasa por descubrir las
leyes que rigen y dirigen el funcionamiento del sistema como unidad global y no
a través de un proceso aditivo de análisis de interacciones aisladas. Su
comprensión pasa por analizar el funcionamiento del conjunto y es el conjunto
el que da sentido a las partes.
Wapner (1981) define así las principales características de esta
aproximación:
A.
La unidad de análisis es la
"PERSONA-EN-ENTORNO" entendido como sistema integrado por distintos
niveles (biológico, psicológico, socio-cultural) considerados de forma
holística.
B.
El organismo se RELACIONA
ACTIVAMENTE con el entorno en términos de objetivos y finalidades que son
llevados a cabo a través de una variedad de significados e instrumentalidades
C.
Estas relaciones incluyen tanto
aspectos cognitivos, afectivos como valorativos.
D.
Este sistema opera en DINÁMICO
EQUILIBRIO orientado hacia objetivos a corto o largo plazo, de tal forma que
una distorsión en una parte de este sistema afecta a las otras partes y a todo
el sistema como conjunto.
E.
El grado de desarrollo de un
sistema (principio ortogenético) depende del grado en que las partes del
sistema, su significado y finalidades se encuentran JERÁRQUICAMENTE ordenadas e
integradas en él.
3.4. Perspectiva Transaccionalista
La perspectiva transaccional define la Psicología como "el
estudio de las relaciones cambiantes entre los aspectos psicológicos y
ambientales de las unidades holísticas" (Altman y Rogoff, 1987; p. 24).
Así pues, la unidad de análisis la constituyen "las entidades holísticas
tales como eventos que implican personas, procesos psicológicos y
ambientes". La diferencia fundamental con la perspectiva organísmica es
que en este caso el todo no se compone de elementos separados, sino que se
trata de una "confluencia" de factores inseparables que dependen unos
de otros para su definición y significado. Se enfatiza además la importancia
del tiempo y el cambio para comprender un fenómeno, por lo que estas variables
deben convertirse en elementos indispensables de cualquier análisis
psicoambiental. Por otra parte, en cuanto al modelo de filosofía de la ciencia,
el transaccionalismo adopta una orientación pragmática, ecléctica y relativista
para el estudio de los fenómenos psicológicos. En vez de buscar leyes
generales, se acepta la posibilidad de que diferentes configuraciones de
principios puedan ser necesarios para comprender diferentes eventos. Se subraya
el valor de los estudios de caso único. Los fenómenos no son necesariamente
predecibles y repetibles. La idiosincrasia de cada evento permite analizarlo
desde diferentes perspectivas y apreciar la variedad de factores que
contribuyen a un mismo fenómeno. Por último, otra importante característica de
este enfoque es el papel que adopta el investigador. Desde esta perspectiva, el
observador forma parte del propio fenómeno que observa, es inseparable de él, y
su papel, perspectiva y localización deben entenderse como un aspecto de dicho
fenómeno.
En resumen, esta aproximación parte de cinco premisas básicas:
A.
La unidad de análisis es la
PERSONA "EN" EL ENTORNO.
B.
Tanto persona como entorno se
DEFINEN dinámicamente y se TRANFORMAN MÚTUAMENTE a lo largo del TIEMPO, como
dos aspectos de una unidad global
C.
La estabilidad y el cambio
coexisten continuamente.
D.
La dirección del cambio es
EMERGENTE, no establecida a priori.
E.
En consecuencia, es importante
buscar tanto las fuentes del cambio como la forma en que el cambio a un
determinado nivel afecta a los otros niveles, creando nuevas CONFIGURACIONES DE
PERSONA-ENTORNO.
Sin embargo, esta perspectiva plantea dificultades epistemológicas y
metodológicas importantes. Las principales dificultades a las que se alude son:
A.
la incorporación de las
VARIABLES TIEMPO Y CAMBIO como intrínsecas a los fenómenos a estudiar;
B.
la IMPLICACIÓN del propio
investigador en la situación a investigar;
C.
la dificultad o imposibilidad
de utilizar las ESTRATEGIAS METODOLÓGICAS tradicionales; y
D.
cuestiones relacionadas con la
REPRESENTATIVIDAD de situaciones o poblaciones estudiadas, fiabilidad y validez
de las medidas y generalización de los resultados obtenidos.
4.
DEFINICION DE PSICOLOGIA
AMBIENTAL
Primer, podemos decir que la Psicología ambiental, por ser una
disciplina nueva, por su ubicación fronteriza con otras disciplinas se sitúa en
un área de difícil delimitación por lo que se refiere a un campo de
investigación coherente (Stokols, 1995). Resultado de ello es que la
participación interdisciplinar es considerada generalmente como uno de los
rasgos definidores de la propia Psicología Ambiental (Holahan, 1982;
Proshansky, 1990).
Segundo, la Psicología Ambiental, como ámbito disciplinar, tiene una
historia no excesivamente dilatada. Su consolidación se produce alrededor de la
década de los años 60 y por lo tanto, la denominación que apunta Wohlwill
(1970) como "área de embrión" puede, en buena medida, mantener su
vigencia actualmente, al menos por lo que se refiere a un campo de investigación
diferenciado a nivel teórico (Ittelson, 1995).
Tercero, la Psicología Ambiental , desde sus inicios y por su
carácter eminentemente aplicado, se ha definido por un marcado pragmatismo, por
el estudio y la resolución de aspectos concretos y por una predisposición
abierta al abordaje de nuevas cuestiones ambientales que se han ido suscitando
al generarse nuevas demandas sociales respecto al tema.
Por último, la disciplina ha caracterizado por una multiplicidad de
enfoques, tanto teóricos como metodológicos y de ámbitos de aplicación que a
menudo dificultan una visión integrada y unitaria de la materia aunque, una vez
más, la multiplicidad metodológica sea asumida como una característica propia
(Holahan, 1982; Altman, 1990).
Todo ello conlleva que, actualmente, tengamos a nuestra disposición
un considerable número de definiciones de Psicología Ambiental. Entre las
definiciones al uso, varios autores se refieren a su objeto en términos de
búsqueda y análisis de las relaciones o interelaciones entre las personas y los
entornos físicos (Russell y Ward, 1982; Holahan, 1982, 1986; Heimstra y
McFarling, 1979; Stokols y Altman, 1987; Proshansky, 1990) o específicamente
respecto a los entornos construidos (Proshansky, 1976). Otras definiciones
(Canter y Craik, 1981) focalizan su atención en el estudio de las transacciones
entre acciones y experiencias humanas y los aspectos pertinentes del espacio
sociofísico, adoptando un enfoque más social de la disciplina. Esta perspectiva
transaccional es también adoptada por Gifford en su manual de Psicología
Ambiental (Gifford, 1987). Por último citaremos la definición que ofrecen
Stokols y Altman en la introducción al Handbook of Environmental Psychology
según la cual Psicología Ambiental se refiere al "estudio de la conducta y
bienestar humanos en relación con el entorno sociofísico" (Stokols y
Altman, 1987, p. 1).
Sin ánimos de añadir más definiciones si parece pertinente proponer
un enunciado de síntesis en el se que destacan varios aspectos: a) el énfasis
en los procesos psicosociales como objeto de estudio, lo que lleva a recuperar
la conexión entre la Psicología Ambiental y la Psicología Social (Canter, 1988:
Bonnes y Secchiaroli, 1995); b) la
multiplicidad de formas de entender las relaciones entre las personas y los
entornos físicos (como unidad indisoluble, unidireccionalmente,
bidireccionalmente); c) la necesidad de atender, como señala Proshansky (1990)
a varios niveles de análisis: un nivel individual, un segundo grupal y un
tercero referido a grandes grupos de personas o comunidades; d) finalmente, la
necesaria ubicación de la Psicología Ambiental en un ámbito interdisciplinar,
sin menoscabo de su propia identidad, ocupando un lugar específico y
diferenciado dentro de las ciencias socioambientales.
De esta manera puede entenderse la Psicología Ambiental como la
disciplina que tiene por objeto el estudio y la comprensión de los procesos
psicosociales derivados de las relaciones, interacciones y transacciones entre
las personas, grupos sociales o comunidades y sus entornos sociofísicos. Como disciplina
científica comparte con otras disciplinas un campo de estudio común configurado
por el conjunto de fenómenos que implican directamente a las personas con sus
entornos.
5.
CARACTERÍSTICAS DEFINEN A LA
PSICOLOGÍA AMBIENTAL
De todo lo visto hasta el momento podemos extraer algunas
características que pueden considerarse de amplia aceptación y que definen a la
psicología ambiental:
5.1. RELACIONES RECÍPROCAS CONDUCTA-ENTORNO
Quizás sea éste el elemento más importante y definitorio de la psicología
ambiental, al menos en cuanto a consenso entre sus miembros. Desde sus inicios,
se ha puesto especial énfasis en señalar el ambiente no desde una perspectiva
determinista en su influencia sobre la conducta humana, sino proclamando que
los efectos entre el ambiente y la conducta se consideran bidireccionales y
recíprocos, siendo objeto de estudio de esta disciplina los fenómenos
producidos en ambas direcciones. Es decir, la psicología ambiental se ocupa de
analizar tanto los efectos del ambiente sobre la conducta como aquellos otros
producidos por la conducta sobre el ambiente.
5.2. ENTORNO SOCIOFÍSICO
Con este término se quiere hacer hincapié en una concepción del
ambiente tanto física como social. Es decir, son objeto de interés las
propiedades físicas y sociales del ambiente en su interrelación con el
comportamiento, precisando que, además, que estas propiedades (físicas y
sociales) están estrechamente imbricadas de tal forma que no pueden entenderse
unas sin las otras. Es por ello que consideramos el entorno sociofísico como el
ámbito sobre el que centrar el objeto de estudio de la psicología ambiental
5.3. ENTORNO NATURAL Y CONSTRUIDO
Si bien inicialmente los psicólogos ambientales focalizaron su
atención en el comportamiento humano en entornos construidos (ciudad, espacio
público, vivienda, ewpacios institucionales, etc.), la evolución de los
problemas o las temáticas de nuestra sociedad hacia los espacios naturales han
ido dirigiendo la disciplina en lo que Enric Pol (1993) ha llamado "De la
Psicología de la Arquitectura a la Psicología Ambiental Verde". Así, sin
olvidar las temáticas relacionadas con el espacio construido se ha ampliado el
radio de atención a otro tipo de cuestiones más relacionadas con espacios
naturales, recursos naturales o comportamiento proambiental.
5.4. PERSPECTIVA HOLÍSTICA
Frente a una perspectiva atomista que analiza el ambiente en unidades
moleculares, los psicólogos ambientales apostaron por un enfoque holístico que
estudiara el ambiente en su conjunto, tal y como lo experimentan las personas
en su vida diaria.
5.5. ORIENTACIÓN APLICADA
No hay duda de que la psicología ambiental nace con vocación
aplicada, con el objetivo de dar respuesta a determinadas demandas sociales,
tales como el diseño y la planificación de los espacios públicos. Sin embargo,
los investigadores no tardaron en interesarse por conceptos, procesos
psicológicos y teorías explicativas más difíciles de justificar desde una
perspectiva aplicada, aunque también se consideraban necesarios para poder
avanzar en este terreno. Esto llevó a algunos psicólogos ambientales a proponer
el modelo de investigación-acción de Kurt Lewin como la perspectiva que debía
adoptar la disciplina en su quehacer científico.
5.6. INTERDISCIPLINARIEDAD
La psicología ambiental comparte con otras disciplinas el estudio de
los entornos físicos donde se desarrolla la experiencia humana. Por ello, desde
sus propios orígenes hasta su aplicación práctica, la disciplina se caracteriza
por adoptar perspectiva interdisciplinar donde la psicología comparte frentes
comunes con la arquitectura, la biología, la ergonomía, la geografía la
antropología, etc, como puede observarse si clicáis en la imagen adjunta.
5.7. METODOLOGÍA ECLÉCTICA
La psicología ambiental se define a sí misma con una metodología
ecléctica, lo que supone aceptar en principio los más variados procedimientos
de investigación. Una revisión de los trabajos empíricos publicados permite
comprobar la utilización de metodologías cualitativas y cuantitativas.
Coexisten los estudios de campo con la investigación correlacional y los
diseños experimentales, aunque lo cierto es que existe una inclinación o
preferencia por los métodos "ecológicos", por estudiar a las personas
en los contextos naturales, en el mundo real, lejos de las situaciones
artificiales del laboratorio, y con la mínima intervención o manipulación por
parte del investigador. Esta mezcolanza no es fruto de una falta de definición
metodológica, sino de una postura ecléctica que procura conciliar distintos
procedimientos de análisis.
En resumen, hemos visto cómo la Psicología Ambiental se mueve entre
dicotomías, tensiones o polos opuestos. Como Altman y Rogoff (1987) lo han
expresado acertadamente:
"los psicólogos ambientales intentan tender un puente entre los
modos de pensar tradicionales y los no ortodoxos. Junto a una orientación-
hacia-el-problema social existe un interés en la teoría básica y en el
descubrimiento de conocimiento para su propio provecho. Y la llamada a una
perspectiva molar coexiste con el deseo de explicar y dar cuenta de los
procesos psicológicos de una manera analítica y dimensional. Además, el valor
de trabajar en escenarios naturales va acompañado del requerimiento científico
tradicional de conducir la investigación en situaciones controladas de manera
que uno pueda atribuir las variaciones en los procesos psicológicos a
condiciones conocidas"
II UNIDAD FACTORES SOCIALES Y AMBIENTALES
1.
APORTACIONES DESDE EL URBANISMO
De una forma u otra, tanto la arquitectura como el urbanismo han
desarrollado un lenguaje característico que incorpora de manera relevante los
aspectos simbólicos y significativos del espacio. Por una parte, la creación de
elementos significativos dentro del espacio urbano remite al concepto de
edificio singular o monumento, aunque, como se ha visto anteriormente, Bohigas
(1985) propone ampliar el concepto tradicional de espacio monumental. Por otra
parte, la distribución de estos elementos en el espacio determina de manera
fundamental el desarrollo urbanístico de la ciudad a pesar de que, con el
advenimiento de la ciudad industrial, los parámetros de desarrollo urbano se
modifican considerablemente. Así, por ejemplo, la ciudad romana contempla un
cardus y un decumanus como ejes urbanos, en cuya confluencia se sitúan los
principales elementos del poder político o religioso; por su parte, la ciudad
barroca se distribuye en el espacio buscando las perspectivas visuales óptimas
para goce, admiración y respeto de los elementos urbanísticos que simbolizan el
poder absoluto (jardines, palacios, etc.). En este sentido, resulta
especialmente interesante el análisis que realiza Chueca Goitia (1994) acerca
de distintos modelos de ciudad, destacando, por ejemplo, el valor simbólico del
palacio-templo en la ciudad antigua, de “la puerta” para la ciudad islámica, de
las catedrales o abadías en la ciudad medieval, las grandes vías y plazas en la
ciudad renacentista o el ya comentado palacio de las ciudades barrocas. Sin
embargo, por su incidencia sobre los planteamientos que centran el tema a
tratar, es especialmente destacable la obra del urbanista Kevin Lynch. Este
autor publica en 1960 The Image of the City, una obra que resultará de
importancia capital para el desarrollo de la Psicología Ambiental. En ella se
trata esencialmente el tema de la imagen mental asociada al espacio urbano.
Como ya se ha comentado al principio del capítulo, aunque el autor considera
que toda imagen ambiental tiene tres componentes básicos: identidad, estructura
y significado, su análisis se centra en los dos primeros dejando en un segundo
término el tema del significado del espacio. La explicación de esta opción
podemos encontrarla en la definición que el propio autor realiza del verbo
Urban Design para la Enciclopedia Británica (1974): "Significado: (...) El
rol simbólico del paisaje es interesante, pero desgraciadamente su comprensión
es poca. La significación difiere enormemente entre los diferentes grupos."
(En Banerjee & Southworth, 1990, p. 519). Su aportación en este terreno
consiste básicamente en considerar que una imagen física cumple también una
función social: "Puede proporcionar la materia prima para los símbolos y
recuerdos colectivos de comunicación del grupo (...). Potencialmente, la ciudad
es en sí misma el símbolo poderoso de una sociedad compleja. Si se la plantea
bien visualmente, puede tener asimismo un intenso significado expresivo" (1985,
pp.12-14). Por su parte, Edward Krupat (1985) analiza las funciones que, para
Lynch, cumple la imagen de una ciudad: función de movilidad, de organización,
emocional y simbólica. Respecto a esta última, la idea central es que la imagen
provee símbolos y asociaciones fuertes con un lugar que facilitan la
comunicación entre la gente que participa de un entorno común: "El hecho
de que las representaciones mentales de ciertos lugares conocidos, lugares de
encuentro, o barrios especiales pueden resultar compartidas sugiere que los
mapas cognitivos no tan solo sirven a nivel individual sino que también son
susceptibles de jugar un importante rol social o interpersonal" (Krupat,
1985, p. 71). Con anterioridad a la publicación del libro antes mencionado, el
propio Lynch trata el elemento simbólico como uno de los elementos que
facilitan la orientación espacial, apuntando a continuación que el simbolismo
espacial puede también derivarse de la satisfacción surgida de la visión de la
ciudad como globalidad unitaria con la cual el individuo puede identificarse (Lynch,
1953). La crítica sobre la falta de atención al significado simbólico del
espacio hecha al trabajo de Lynch fue en parte, recogida en algunos de sus
trabajos posteriores al de 1960. Por ejemplo, en un trabajo referente a los
criterios sobre el diseño de autopistas (Lynch y Appleyard, 1966) se hace
referencia al posible perjuicio que puede suponer la construcción de una de
estas infraestructuras en tanto en cuanto resulta una barrera visual pero
también simbólica en el paisaje. Para reducir este efecto, es necesario
identificar los elementos visuales y simbólicos que son relevantes en el área
sobre la que se interviene, pero no hacerlo de una manera mecánica sino a
través de las explicitaciones de la comunidad o grupos afectados. Sin embargo,
será en sus últimos artículos cuando Lynch retomará el tema del significado del
espacio, su carácter simbólico y su relación con los procesos de identidad,
tanto individual como social. De una forma más o menos explícita, la conexión
entre significado espacial y identificación social había sido recogida en
textos anteriores (Lynch, 1953, 1960). Pero es precisamente cuando el autor
reflexiona sobre las pautas y orientaciones a tener en cuenta por los
diseñadores urbanos cuando esta conexión se hace más evidente (Lynch, 1975).
Todo diseñador que combine determinados elementos y espacios para configurar
una imagen urbana ha de tener en cuenta que esta imagen tendrá un fuerte
componente de significado social que irá creciendo y elaborándose con el
tiempo. Estas imágenes: "conectan al ciudadano con el lugar, mejorando el
significado de la vida diaria y reforzando la identidad del grupo y del
self" (en Barnejee & Southworth, op. cit.). Esta clara referencia
supone un punto de inflexión importante en la consideración el significado por
parte del autor: la imagen ambiental deja de ser vista únicamente desde una
perspectiva funcional para pasar a ser un elemento a considerar en la formación
de la identidad, no tan solo del espacio sino de los individuos que estan
inmersos en él. Esta idea queda reforzada en su trabajo póstumo (Lynch, 1984),
una interesante revisión de The image of the city en la que recoge directamente
la crítica sobre el tema del significado y retoma las ideas expuestas
anteriormente. Las palabras del propio autor son suficientemente esclarecedoras
al respecto: "Este fue un golpe más directo. El estudio nunca demostró su
suposición básica, excepto indirectamente, a través del tono emocional de las
entrevistas: observaciones repetidas acerca del placer de reconocimiento y
conocimiento, la satisfacción de la identificación con un lugar hogareño
distintivo, y el desagrado de estar perdido o de estar consignado a un entorno
gris. Sucesivos estudios han continuado para reunir esta evidencia indirecta.
La idea puede estar vinculada al papel de la identidad del self en el
desarrollo psicológico, en la creencia de que la identidad del self está
reforzada por una fuerte identidad de lugar y tiempo. Una imagen de lugar
poderosa puede estar presumiblemente apoyando una identidad de grupo" (en
Barnejee & Southworth, op.cit.). Después de leer estos comentarios estamos
en condiciones de apuntar una clara relación, al menos conceptual, entre la
revisión que Lynch hace del tema del significado de la imagen ambiental, el concepto
de place-identity (Proshansky, Fabian y Kaminoff, 1983) y la relación que estas
ideas presentan entre la consideración del lugar con significado simbólico y
los procesos de generación o consolidación de identidades sociales. Es pues
hacia el final de la obra de Lynch cuando el tema del significado simbólico
espacial toma la relevancia que merece, cubriendo así una laguna importante que
ha estado presente desde los planteamientos iniciales de este autor.
2.
ESPACIO PERSONA Y GRUPO
La antropología cultural ostenta una
larga tradición en el tratamiento de los temas relacionados con el espacio, con
influencias claras sobre disciplinas como la geografía, la sociología o la
propia psicología. Sin embargo, para González Alcantud, lo que singulariza el
discurso antropológico social sobre el espacio es, "en primer término, la
preeminencia de la contextualidad cultural sobre la percepción individual. En
segundo lugar, la interrelación entre pensamiento, con su proyección mítica, y
la experiencia espacial. Y en último lugar, la indubitable orientación
sociocultural del estudio del espacio frente a cualquier tentación
biologicista" (Aguirre, 1993, p. 230). Desde esta perspectiva el
significado simbólico del espacio ha estado profusamente tratado desde la
antropología cultural, en muchas ocasiones tratado desde formas de pensamiento
que remiten a categorías binarias, siendo esta característica una constante en
el tratamiento antropológico del espacio: pueblo-bosque, rural-urbano,
masculino-femenino, centro-periferia, público-privado, cultivado-inculto o,
quizás la más destacada, sagrado-profano. En este sentido, cabe mencionar la
noción de espacio sagrado de Eliade (1957, 1979) según la cual se organiza una
oposición fundamental entre el espacio habitado (sagrado) y el espacio no
habitado (profano). La estructuración del espacio equivale a su consagración,
adoptando un valor mítico que lo sitúa como centro del mundo. Los límites de
este espacio estructurado configuran el umbral con el caos y lo protegen del
desorden. Como comenta el mismo González Alicantud, desde la perspectiva
antropológica, “una muralla no indica sólo una defensa militar, sino igualmente
una definición simbólica entre dos universos: el orden y el caos. El orden
representado por la civilización y el caos del mundo exterior, de lo
salvaje" (Aguirre, 1993, p. 230). A pesar del innegable interés que tiene
este tipo de tratamiento del espacio a partir de una simbología de orden
cosmológico, centraremos nuestro interés en las aportaciones provenientes de la
antropología urbana. En primer lugar, cabe destacar que una parte importante de
los estudios referidos a la espacialidad urbanística pivotan a nivel teórico
sobre los conceptos de «territorialidad colectiva» y «vecinaje». Así, Barbichon
(1982) compara el significado de éstos en varios países, observando como la
noción francesa de vecinaje remite más a una connotación de relación
interindividual mientras que la noción americana tiene una connotación más
colectiva, incluso comunitaria. Por otra parte, el estudio de la
territorialidad incluye el aspecto significativo. Giner comenta: "Mediante
una forma concreta de semantización el espacio se transforma en territorio.
(...). Este análisis, más que fijarse en los productos, se centra en la formación
metafórica y metonímica del espacio constituido en territorio desde el punto de
vista de las operaciones mentales y su relación con determinados aspectos de la
estructura social. Así, el territorio puede funcionar como estrato espacial
susceptible de investirse de significados específicos." (Aguirre, 1993, p.
601). Mención destacada merece, sin embargo, la obra de Amos Rapoport. Este
autor puede ser considerado, dentro del círculo de autores de influencia
reconocida en el ámbito disciplinar de la psicología ambiental, uno de los que
de manera más explícita han tratado el tema de los significados simbólicos
atribuidos al espacio. A lo largo de su dilatada obra y en su análisis del
espacio construido, desde la vivienda (Rapoport, 1969), los aspectos del diseño
urbano (Rapoport, 1970) hasta el análisis de los aspectos más psicosociales del
espacio (Rapoport, 1977), el factor simbólico ha tenido siempre un papel
destacado como objeto de estudio comentando que, aunque haya caído en un
imperdonable olvido, es esencial para poder llegar a un cierto nivel de
comprensión del fenómeno urbano. Para el autor, el simbolismo del espacio ha
estado considerado únicamente de dos maneras. La primera, analizando los
edificios de carácter "especial" (iglesias, etc...). La segunda,
analizando el simbolismo de ciudades y pueblos primitivos, a menudo dentro de
estudios de carácter histórico o antropológico (Rapoport, 1970). Según él, es
necesario considerar el estudio del simbolismo espacial dentro de nuestras
ciudades, pero ello es una tarea difícil ya que las ciudades de nuestra
sociedad tienen cada vez menos símbolos compartidos. A pesar de ello, el
análisis del simbolismo espacial, lejos de quedar obsoleto, resulta fundamental
para entender la relación entre la ciudad y sus habitantes. Para acercarnos al
estudio de este tema, cabe destacar la distinción que hace el autor entre el
mundo perceptivo y el mundo asociativo, dentro del cual se incluyen los
símbolos (Rapoport, 1970, 1977). Partiendo de un planteamiento considerado ya
anteriormente en otros apartados y según el cual el entorno urbano es una
manifestación y un producto socio-cultural, el autor aborda el proceso de
identificación social inmerso en un contexto sociofísico donde el mundo
perceptivo y el mundo asociativo o de significados se encuentran íntimamente
relacionados: el mundo asociativo no puede existir sin el perceptual y este
último es una condición necesaria pero no suficiente para el primero, ya que
pueden darse asociaciones que caigan fuera del ámbito perceptivo. La
importancia de este mundo asociativo radica en el hecho de que estas
asociaciones inciden marcadamente en nuestra percepción del entorno,
apareciendo el elemento cultural como determinante en la forma que tenemos de
percibir y entender la realidad que nos rodea. En el trasfondo se encuentra la
existencia de una jerarquía de niveles de significación asociada a cualquier
objeto físico, que va desde lo concreto, pasando por el valor de uso, hasta el
valor simbólico abstracto, siendo este último aspecto esencial para el autor:
"Aunque todos nuestros esfuerzos cognitivos son esfuerzos en busca de
significado (Barlett, 1967), sugiero que los valores simbólicos son más
importantes que los de uso." (1978, p. 280) A su vez, el mundo asociativo se
mueve en un continuum que va desde asociaciones comúnmente aceptadas y
compartidas a asociaciones totalmente personales, siendo especialmente
relevante la distinción entre símbolos discursivos (socialmente compartidos) y
símbolos no discursivos (idiosincrásicos). En la relación con su medio, los
individuos toman un papel evidentemente activo: responden activamente a unos
estímulos y modifican otros; los simbolizan y responden a ellos. De esta forma,
la gente lee simbólicamente los estímulos perceptivos según los significados
que les otorga, y esta lectura depende de la asociatividad, de la evaluación y
de la experiencia (Rapoport y Watson, 1972, citado en Rapoport, 1977). Uno de
los elementos de análisis de Rapoport que nos interesa destacar especialmente
es la articulación de los procesos de identidad social con los aspectos
simbólicos del espacio urbano: "Claramente, si existe un grupo homogéneo
se expresará inmediatamente a través de un sistema simbólico (...). La
diferenciación de funciones, significados y valores en la ciudad, que es
jerárquica, puesto que la estructura social raramente es homogénea, se
relaciona con el simbolismo (...). La gente se agrupa por sus gustos y los
expresa simbólicamente, y los símbolos son un medio importante de transmitir y
condensar la información. Las normas y las reglas de conducta se expresan en
estos símbolos inmersos en el medio ambiente (...). Algunos elementos se
aceptan por el grupo que los impone como expresión de su identidad al individuo
(...). Los elementos materiales se convierten en medios de identificación
social y representan un significado y un valor, determinando a su vez la
actitud de la gente frente a ellos (Paulsson, 1950; Sawicky, 1971). Cuando
existe congruencia entre el medio conceptual y el físico, los refuerza, y
pueden convertirse en símbolos usados y compartidos por un grupo. La ciudad es
un sistema de sistemas de símbolos (...). Los símbolos son, pues, unos
reforzadores de valores y un medio de conseguir consensus en grupos."
(1978, pp. 284-285). El problema fundamental en nuestras ciudades es que hay,
cada vez más, un predominio de las asociaciones no discursivas en detrimento de
las discursivas. Se podría decir que antes existía un área mucho más extensa de
acuerdo social y una variación idiosincrásica menor. Esto conlleva la
disociación cada vez más evidente entre el mundo perceptivo y el mundo
asociativo, fenómeno que queda evidenciado en el diseño de nuestras ciudades:
actualmente los diseñadores construyen en base a asociaciones personales y no
en base a asociaciones compartidas. El ciudadano no puede entonces establecer
relaciones entre el diseño urbano y el universo simbólico compartido. Una
consecuencia de este hecho es que cada vez hay menos elementos simbólicos
compartidos en el espacio urbano y que estos elementos simbólicos se hallan
cada vez más alejados de los espacios urbanos diseñados: "... en el diseño
esto mismo ha llevado a una situación "patológica" en la que se
emplean los símbolos personales y idiosincrásicos de los diseñadores, símbolos que
en absoluto coinciden con las asociaciones y los símbolos del público"
(1974, p.30). Por otro lado, es interesante la aparición del concepto
psicosocial de estructura social, que se manifiesta de manera inequívoca en el
espacio urbano. En este sentido, como Lefebvre (1970), Rapoport ve en la
estructura espacial el reflejo de un sistema social determinado: "Las
ciudades tienen una estructura social, y la gente espera entender el
comportamiento de unos y de otros. Los elementos simbólicos expresan esta estructura,
sus valores y sus creencias." (1978, p. 286). "En la medida en que
los símbolos comunican, puede establecerse un paralelismo entre la estructura
social y la organización del espacio capaz de decir al pueblo algo acerca de
cómo comportarse y qué cabe esperar en relación con la visión del mundo, las
jerarquías y demás aspectos similares" (1974, p. 25). También se acerca a
la consideración de la naturaleza transfuncional de los espacios simbólicos que
hace el sociólogo francés al contemplar el espacio como estructuras-símbolo que
concretan la naturaleza inmaterial, a-espacial y a-temporal de los valores,
significados y normas de una sociedad (Rapoport, 1970). En este caso, lo
distingue de otro conjunto de estructuras-símbolo como el lenguaje, el parentesco
o la comunicación no verbal. 5. APORTACIONES DESDE LA GEOGRAFÍA Al analizar el
concepto de «lugar», Bonnes y Secchiaroli (1995) hacen notar como buena parte
del tratamiento otorgado al tema por parte de la arquitectura y el diseño
urbano está influido por los desarrollo provenientes de la filosofía de corte
fenomenológico (Merleau-Ponty, 1945, 1951; Bachelard, 1957; Heidegger, 1952;
Norberg-Schulz, 1971, 1980) y de la influencia de esta tradición en la
geografía (Tuan, 1974, 1979, 1980; Relph, 1970, 1976; Buttimer, 1976; Seamon,
1979, 1982; Buttimer y Seamon, 1980) bajo el título de "la fenomenología
del mundo geográfico”. Así, al comenzar este apartado, es necesario referirse a
la influencia que ha ejercido la tradición fenomenológica en filosofía por lo
que respecta al tratamiento del espacio. La idea general desde esta perspectiva
es el análisis del espacio vivenciado y de cómo un «espacio» pasa a convertirse
en «lugar». Es especialmente destacable la aportación de Heidegger (1975) en
relación al fenómeno de constitución de la vivienda (dwelling) o el proceso por
el cual la gente transforma un lugar en hogar. Para el autor, este proceso
implica a cuatro elementos: la tierra, el cielo (en relación la mundo natural y
al entorno) así como dioses y hombres (en relación a los aspectos individuales,
interpersonales, ecológicos y espirituales). De esta forma, el hecho de
"morar" se convierte en el elemento esencial de lo que significa “ser
un ser humano viviendo en el mundo”. Por su parte, el escandinavo Norberg-Schulz
(1980) analiza lo que denomina genius loci o "el espíritu del lugar"
considerando que cada lugar tiene un "genius loci" cuyas raices se
hallan en el entorno o lugar natural. Éste no solo representa "una mera
dirección del fenomeno sino que tiene su estructura e incorpora
significados" (ibid. p. 23). El autor interpreta el lugar natural en
función de cinco dimensiones: objeto (thing), orden, carácter, luz y tiempo.
Las dos primeras hacen referencia a las cualidades espaciales del espacio; las
dos segundas a la atmósfera en su conjunto. Por su parte, el tiempo implica
tanto constancia como cambio en relación con los ritmos naturales. De la
combinación de estas dimensiones Norberg-Schulz define cinco tipos de paisaje
con sus correspondientes "genius loci": el paisaje romántico, un
entorno de cambio, diversidad y detalle ejemplificado por el bosque
escandinavo; el paisaje cósmico, caracterizado por la continuidad y la
extensión, como lo es desierto; el paisaje clásico, un entorno donde se balancea
la variedad y la continuidad, representado por el paisaje griego; y el paisaje
complejo, una combinación de los anteriores y representado por la mayoría de
paisajes actuales, aunque sin la pureza de los entornos naturales. El concepto
de «lugar» ocupa una posición central en buena parte de las teorías geográficas
sobre el entorno. Así, Relph (1976) define lo que llama la “fenomenología del
lugar” en la que los lugares se definen exclusivamente en términos
experienciales. El aspecto central de la experiencia del lugar es la relación
dialéctica entre la “interioridad existencial” y la “exterioridad existencial”.
La primera es el grado en el que la gente se siente como parte de un lugar o
inmersa en él. La segunda está formada por la experiencia resultado de sentirse
como extranjero o separado del lugar. A través de diferentes grados de
interioridad/exterioridad, los lugares asumen diferentes identidades para
gentes diferentes. Desde una perspectiva similar, Tuan (1974, 1979, 1980)
analiza el tema de los lazos afectivos que la gente establece con el entorno
físico, y lo hace a través de la definición del concepto de “topofilia” (Tuan,
1974). Estos lazos afectivos que producen sentimientos positivos contrastan con
el concepto de “topofobia” (Tuan, 1979). Asimismo, el autor examina lo que él
denomina “sentido de lugar” en contraste con “enraizamineto”. El segundo se
caracteriza por una simple e inconsciente familiaridad y ocupación de un lugar
mientras que el primero “implica una cierta distancia entre el self y el lugar,
que permite al self apreciar el lugar” (Tuan, 1980, p. 4). Tuan enfatiza el
carácter de intencionalidad por el cual la gente asume el “sentido del lugar”.
Así, los lugares no son el resultado directo de las características físicas del
entorno sino que son productos de actos humanos intencionales dirigidos hacia
la creación de lugares. Para concluir este apartado, no podemos dejar de
mencionar otras aportaciones sumamente interesantes desde la perspectiva
fenomenológica, como el análisis del espacio desde la prespectiva poética de
Bachelard (1965) o los trabajos de Buttimer y Seamon (Buttimer, 1976; Seamon,
1979; Buttimer y Seamon, 1980), y en especial la revisión que realiza Seamon
sobre la incidencia de los planteamientos fenomenológicos para la Psicología
Ambiental (Seamon, 1982).
3.
EL ESPACIO Y EL GRUPO
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